lunes, abril 24, 2006

El Viejo Luchador

Sólo al evocar el nombre de Eloy Alfaro, los nervios de hombres y mujeres patriotas se templan con el fulgor del acero de su espada; el corazón se ensancha de emoción y el pensamiento despliega sus alas en el amplio horizonte de la lucha por la libertad de nuestro pueblo, el Ecuador.
El insigne manabita, Eloy Alfaro, nació en Montecristi el 25 de mayo de 1842, hijo de padre español y madre mulata ecuatoriana. No recibió enseñanza alguna en escuela o colegio; pero su auto educación le dio la capacidad suficiente para emprender, desde muy joven, la lucha contra los gobiernos tiránicos de García Moreno y Veintimilla, Ignacio de la cuchilla, como él lo llamaba.
En su formación ideológica, desempeñó un rol importante su amigo, el cosmopolita Juan Montalvo, quien con su pluma matara a García Moreno.
De batalla en batalla, acompañadas de consecutivos exilios a Panamá, fue tejiendo paso a paso sus grandes ideales de justicia, libertad e igualdad entre los hombres y mujeres del Ecuador y otros pueblos de América.
Alfaro luchó en contra de los terratenientes y señores feudales del Ecuador. Contra la Iglesia que tenía gran poderío económico, principalmente eran propietarios de tierras y mucha injerencia política en todos los gobiernos; sin embargo no fue un enemigo de la religión, como se lo acusa, por plantear la libertad de cultos, lo que quiso fue que la Iglesia se ocupara de ser guía espiritual y no de la política ni del poder. Pero todo esto indignaba a los conservadores que, aliados con la jerarquía eclesiástica, querían el poder para conservar sus privilegios políticos, sociales y económicos, y luchaban en contra de Alfaro que quería acabar con esas injusticias. Por esto se vio en la necesidad de fundar el Partido Liberal que refrescó el ámbito nacional con ideas nuevas de libertad de pensamiento, palabra, cultos, asociación y comercio; Alfaro implantó el liberalismo y el laicismo en el Ecuador.
Su infatigable lucha revolucionaria dio frutos en 1895, cuando fue nombrado Jefe Supremo en Guayaquil. Triunfó en Yaguachi, San Miguel, Gatazo, le fue entregada Riobamba que había sido tomada por sus hermanos indígenas y avanzó a Quito. Posteriormente fue nombrado Presidente en 1896 y desde esa posesión, emprende su gran obra educativa, fundando los colegios Mejía, Montalvo, Manuela Cañizares, el colegio militar Eloy Alfaro y otros tantos, sembrando de escuelas el país, dando al Ecuador el derecho a una educación laica y gratuita.
Por primera vez en nuestro país, por decreto presidencial, una mujer logró ingresar a la Universidad para estudiar Medicina, y por decreto también, permitió que las mujeres trabajaran en las oficinas de correos de todas las provincias del país. El valor y empuje de estas mujeres sumado a la decisión de Alfaro, marcaron un hito importantísimo en la lucha de las mujeres por la igualdad de géneros.
Dictó numerosas leyes a favor de los indígenas, obreros, impulsó el comercio, la agricultura, la artesanía y la electrificación en el país.
En su segundo período presidencial desde 1906, impulsó y continuó la monumental obra del ferrocarril, uniendo Guayaquil y Quito, la Costa con la Sierra, hermanando pueblos con sus vías, con gran sentido de unidad nacional e impulsando el intercambio de comercio, turismo y costumbres.
Resulta paradójico creer que un hombre sin formación educativa institucional haya amado y hecho tanto por la educación, la cultura, la ciencia y el desarrollo de nuestro pueblo, creando especialmente colegios formadores de maestros y fundando escuelas por doquier. Lo hizo porque sabía que solamente un pueblo educado y culto es capaz de luchar por la libertad y sus derechos.
Filosóficamente hablando, la libertad no es otra cosa que la satisfacción plena de las necesidades materiales y espirituales, en cada época de la historia, dependiendo del grado de desarrollo social. Por este tipo de libertad fue que luchó Alfaro.
Eloy Alfaro significa la lucha por la libertad en todos los ámbitos; educación para todos; la unión de pueblos grandes y pequeños de Sierra y Costa; promoviendo la unidad nacional, libre de regionalismos mezquinos y enfermizos, concentradores y centralistas, que detienen el desarrollo equilibrado de todos los pueblos de la Patria. Realmente Alfaro emprendió la transformación de la República, arrancando el poder del dominio de los terratenientes y conservadores, quienes fueron sus enemigos mortales, quienes le persiguieron, exiliaron y encarcelaron, llegando hasta a arrastrarle hacia la humillante muerte en la Hoguera Bárbara, junto con sus hermanos y generales, patriotas y leales, el 28 de enero de 1912. Apagando así la llama de su grandeza libertaria; pero quede en claro que su muerte física no implica de ninguna manera la muerte de sus ideales; porque a los hombres como Alfaro, Bolívar, Sucre, Martí, Sandino, el che Guevara, no se los mide jamás de los pies a la cabeza, sino de la cabeza al cielo, porque su grandeza de ideales no tiene límites, sino en el tiempo y el espacio; para que hombres y mujeres de todas las latitudes, recojan esos pensamientos y tal cual una bandera, la desplieguen en su lucha para alcanzar la libertad, la justicia y la igualdad entre los seres humanos.
En nuestro país en crisis, con 12 millones de ecuatorianos, de los cuales el 80% son pobres; con analfabetismo, sin salud, sin trabajo, subdesarrollados y endeudados hasta los huesos. Con corrupción galopante que golpea las puertas de Carondelet llegando hasta el último portero, con empresarios privados y contrabandistas que no pagan impuestos, con políticos farsantes y corruptos. Con burocracia dorada que fomenta y permite el atraco de los fondos públicos y una administración de justicia que no castiga los crímenes. Pero, entendámoslo bien, somos un país rico, con variedad de climas, tierras fértiles, riquezas minerales y naturales; y aun así somos como un mendigo sentado en un banco de oro.
Por todo esto… ¡cuánta falta nos hacen uno o dos Alfaros para emprender la segunda Revolución! Ya que los ejércitos de pobres y jóvenes ecuatorianos están listos para hacer temblar el mundo.
Recordando el pensamiento y la obra del Viejo Luchador podemos decir:
¡Viva Alfaro. Tú no has muerto. Vives en el corazón de tu pueblo. Desde siempre y hasta siempre!

LAS ANTEOJERAS DEL PUEBLO ESTADOUNIDENSE

No es un escrito de mi autoría, pero cuando lo leí me pareció que no debía ser privilegio de unos pocos abrir los ojos respecto de la posición de los Estados Unidos frente al resto del mundo, a lo largo de la historia.

Ahora que la mayor parte de estadounidenses ya no cree en la guerra, ahora que ya no confían en Bush y su gobierno, ahora que la evidencia del engaño se ha hecho abrumadora (tan abrumadora que incluso los principales medios de comunicación, tarde como siempre, han comenzado a mostrar una cierta indignación), podríamos preguntarnos: ¿cómo ha podido engañarse a tanta gente durante tanto tiempo?
La pregunta es importante porque podría ayudarnos a comprender por qué nuestro pueblo, tanto los miembros de los medios de comunicación como el ciudadano corriente, corrió a manifestar su apoyo a un presidente que estaba enviando tropas al otro lado del mundo, a Iraq.
Un pequeño ejemplo de la inocencia (servilismo, para ser más exacto) de la prensa es el modo cómo reaccionó a la presentación de Collin Powell, en febrero del 2003, en el Consejo de Seguridad, un mes antes de la invasión, un discurso que puede haber establecido un récord mundial de falsedades dichas de un tirón. En dicho discurso, Powell enumeró, con toda confianza, sus “pruebas”: fotografías tomadas desde satélites, conversaciones grabadas, informes de espías con estadísticas muy precisas de cuántos litros de esto y de lo otro había disponibles para la guerra química. El New York Times se quedó sin aliento de pura admiración. El editorial del Washington Post consideraba las pruebas “irrefutables” y declaraba tras la charla de Powell: “Es difícil imaginar que alguien pueda dudar que Iraq posee armas de destrucción masiva”.
Considero que hay dos razones, profundamente enraizadas en nuestra cultura nacional, que contribuyen a explicar la vulnerabilidad de la prensa y la ciudadanía ante este tipo de crudas mentiras cuyas consecuencias han supuesto y suponen la muerte de decenas de miles de personas. Si somos capaces de comprender estas razones, podremos protegernos mejor de los engaños.
La primera es la dimensión temporal, es decir, la falta de perspectiva histórica. La segunda es la dimensión espacial, es decir, una incapacidad de pensar más allá de los límites del patriotismo. Estamos encerrados por la arrogante idea de que este país es el centro del universo, y de que es excepcionalmente virtuoso, admirable y superior.
Si no conocemos la historia, entonces somos presas fáciles de políticos carnívoros y de los intelectuales y periodistas que les facilitan la cobertura. Y no hablo aquí de la historia que estudiamos en la escuela, una historia servil hacia nuestros líderes políticos, desde los admirados Padres Fundadores hasta los presidentes de estos últimos años. Hablo de una historia que trate con honestidad el pasado. Si no conocemos esa historia, entonces cualquier presidente puede dirigirse a nosotros desde una hilera de micrófonos y declarar que debemos ir a la guerra, y no tendremos fundamento alguno para cuestionarlo. Nos contará que la patria está en peligro, que la democracia y la libertad están en juego y que, por consiguiente, debemos enviar buques y aviones para destruir a nuestro enemigo, y no tendremos razones para no creerlo.
Pero si conocemos la historia, si sabemos cuántas veces otros presidentes han hecho similares declaraciones al país, y cómo resultaron ser mentira, entonces no nos van a engañar. Aunque algunos de nosotros podamos decir con orgullo que no nos hemos dejado engañar nunca, también podríamos aceptar como deber cívico la responsabilidad de apoyar a nuestros conciudadanos contra la mendacidad de nuestros más altos funcionarios.
Podríamos recordarles que el presidente Polk mintió a la nación sobre las razones para ir a la guerra con México en 1846. No era que este país hubiera “derramado sangre estadounidense en nuestro propio suelo”, sino que Polk, y nuestra aristocracia esclavista, deseaban apoderarse de la mitad del territorio de México.
Podríamos señalar que el presidente McKinley mintió en 1898 sobre las razones para invadir Cuba, diciendo que queríamos liberar la Isla del control de España, cuando la verdad era que efectivamente queríamos que España abandonara Cuba para poder ofrecérsela a la United Fruit y otras corporaciones de EE.UU. Mintió también sobre las razones de nuestra guerra en las Filipinas, cuando afirmó que sólo buscábamos “civilizar” a los filipinos, cuando la razón real era hacerse con un buen pedazo de tierra en el Pacífico occidental, aunque para ello tuviéramos que matar a miles de filipinos.
Nuestro presidente Thomas Woodrow Wilson –con tanta frecuencia calificado en nuestros libros de historia de “idealista”- mintió sobre nuestras razones para entrar en la I Guerra Mundial, afirmando que era una guerra para “hacer el mundo seguro para la democracia”, cuando realmente era una guerra para hacer el mundo seguro para los poderes imperiales occidentales.
Harry Truman mintió cuando dijo que la bomba atómica fue lanzada sobre Hiroshima porque esta ciudad era “un objetivo militar”.
Todos mintieron sobre Vietnam: Kennedy sobre la magnitud de nuestra implicación, Jonson sobre el incidente del Golfo de Tonkín, Nixon sobre el bombardeo secreto de Camboya, todos ellos asegurando que se trataba de mantener Vietnam del Sur libre de comunismo, cuando lo que realmente querían era mantener ese país como avanzadilla estadounidense en el confín del continente asiático.
Reagan mintió sobre la invasión de Granada, afirmando, falsamente, que era una amenaza para nuestro país.
Bush padre mintió sobre la invasión de Panamá, que tuvo como consecuencia la muerte de miles de civiles de ese país. Luego volvió a mentir sobre la razón para atacar a Iraq en 1991: no se trataba de defender la integridad de Kuwait -¿es alguien capaz de imaginar a Bush afligido por la invasión de este país por Iraq?- sino de afirmar el poder de EE.UU. en un Oriente Próximo rico en petróleo.
Teniendo en cuenta este abrumador récord de mentiras destinadas a justificar guerras, ¿cómo se puede creer al joven Bush cuando expone sus razones para invadir Iraq? ¿No deberíamos rebelarnos, instintivamente, contra el sacrificio de nuestras vidas a cambio de petróleo?
Una lectura atenta de la historia podría dar los otros elementos de protección contra la mentira. Podríamos entender que siempre ha habido, y sigue habiendo, un profundo conflicto de intereses entre el gobierno y el pueblo de los Estados Unidos. Este pensamiento resulta perturbador para una mayoría de personas, por cuanto va en contra de todo lo que nos han enseñado.
Se nos ha inducido a creer que, desde el principio, tal como nuestros Padres Fundadores inscribieron en el Preámbulo de la Constitución, éramos “nosotros, el pueblo” quienes establecimos el nuevo gobierno tras la Revolución. Cuando el eminente historiador Charles Beard sugirió, hace ya cien años, que la Constitución representaba no al pueblo trabajador, no a los esclavos, sino a los esclavistas, a los mercaderes y los rentistas, fue objeto de un editorial indignado en el New York Times.
Nuestra cultura exige, en su lenguaje mismo, que aceptemos la comunidad de intereses que nos une los unos a los otros. No debemos hablar de clases. Sólo los marxistas lo hacen, aunque James Madison, “Padre de la Constitución”, afirmara ya, treinta años antes del nacimiento de Karl Marx, que había un conflicto inevitable en la sociedad entre aquellos que eran propietarios y los que no lo eran.
Nuestros actuales líderes no son tan francos. Nos bombardean con términos como “interés nacional”, “seguridad nacional” y “defensa nacional” como si todos estos conceptos se aplicasen de la misma manera a todos nosotros, blancos o negros, ricos o pobres; o como si General Motors y Halliburton tuvieran los mismos intereses que el resto de nosotros, o como si los de George Bush fueran los mismos que los de los jóvenes que envía a la guerra.
No cabe duda de que, de todas las mentiras dirigidas a nuestro pueblo, esta es la mayor. En la historia de los secretos escondidos al pueblo estadounidense, este es el mayor de ellos: que hay clases sociales que tienen diferentes intereses. Ignorarlo –desconocer que la historia de nuestro país es la historia del propietario de esclavos contra el esclavo, del propietario contra el inquilino, de la corporación contra el trabajador, del rico contra el pobre- es dejarnos desarmados ante todas las mentiras menores que nos cuenta la gente que detenta el poder.
Si nosotros como ciudadanos partimos del entendimiento de que esa gente de arriba –el presidente, el Congreso, el Tribunal Supremo, todas esas instituciones que se supone que garantizan el “equilibrio de poder”- no está pensando en nuestros intereses, entonces estaremos en el buen camino hacia la verdad. Desconocer esto es dejarnos a nosotros mismos desarmados ante una serie de mentirosos a plena dedicación.
La creencia tan firmemente imbuida –no desde nuestro nacimiento, pero sí por medio del sistema educativo y de nuestra cultura en general- de que Estados Unidos es una nación particularmente virtuosa, nos deja particularmente vulnerables ante los engaños de nuestro gobierno. Los engaños comienzan pronto, en el primer curso de educación básica, cuando nos obligan a “jurar fidelidad” (antes incluso de que sepamos qué quiere decir esa palabra), y nos fuerzan a proclamar que esta es una nación con “libertad y justicia para todos”.
Y luego están las innumerables ceremonias, en parques o recintos cerrados, en las que se supone que debemos ponernos de pie y agachar la cabeza mientras suena nuestro himno nacional, que anuncia que somos “la tierra de los libres, el hogar de los valientes”. Y hay también el himno oficioso “Dios bendiga a América”, y la gente te mira con mala cara si te atreves a preguntar por qué Dios debería escoger a esta nación en particular –el 5% de la población mundial- para bendecirla con su gracia.
Si partimos de este punto de vista en la evaluación del mundo, es decir, del firme convencimiento de que este país ha sido dotado por la Providencia de cualidades únicas que lo hacen moralmente superior a todos los demás sobre la Tierra, entonces no es probable que cuestionemos al presidente cuando nos comunica que enviaremos a nuestras tropas a este o aquel país, o que bombardearemos por aquí o por allá, a fin de extender nuestras virtudes –la democracia, la libertad y, no lo olvidemos, la libre empresa- a cualquier lugar del mundo literalmente dejado de la mano de Dios.
En ese momento, es preciso, si queremos protegernos a nosotros mismos y a nuestros conciudadanos contra políticas que son desastrosas no sólo para otros pueblos sino también para el nuestro, que tengamos a mano los datos que ponen en cuestión la idea de una nación virtuosa como ninguna.
Los datos son perturbadores, pero debemos asumirlos si queremos ser honestos. Debemos asumir nuestra larga historia de limpieza étnica, en la que millones de indios fueron arrojados de sus tierras por medio de matanzas y deportaciones forzadas. Y nuestra larga historia, que no hemos dejado aún atrás, de esclavismo, segregación y racismo. Debemos tener presente nuestra larga tradición de conquistas imperiales, en el Caribe y en el Pacífico, nuestras vergonzosas guerras contra países de tamaño inferior a una décima parte del nuestro: Vietnam, Granada, Panamá, Afganistán, Iraq. Y la permanente memoria de Hiroshima y Nagasaki. No es una historia de la que podamos estar orgullosos.
Nuestros líderes han dado por sentado, y han implantado esta creencia en las mentes de mucha gente, que tenemos derecho, por nuestra superioridad moral, a dominar el mundo. Al finalizar la II Guerra Mundial, Henry Luce, con una arrogancia apropiada a su figura de propietario de las revistas Time, Life y Fortune, acuñó el término de “el siglo americano”, con lo que quería decir que la victoria en la guerra daba a Estados Unidos derecho a “ejercer sobre el mundo toda la fuerza de su influencia, para los fines que creamos convenientes y por los medios que creamos convenientes”.
Tanto el partido republicano como el demócrata han hecho suya esta idea. George Bush, en su discurso de toma de posesión, el 20 de enero del 2005, afirmó que difundir la libertad por todo el mundo era la “exigencia de nuestro tiempo”. Años antes, en 1993, Bill Clinton, hablando en una ceremonia de entrega de diplomas en la academia militar de West Point, declaró: “Los valores que han aprendido ustedes aquí (…) podrán difundirlos por todo nuestro país y por todo el mundo, y dar a otras personas la posibilidad de vivir como ustedes han vivido y desarrollar las capacidades que Dios les ha concedido”.
¿En qué se basa la idea de nuestra superioridad moral? Sin duda, no en nuestro comportamiento hacia otros pueblos en otros lugares del mundo. ¿Se basa entonces en el alto nivel de vida de la gente en Estados Unidos? En el 2000 la Organización Mundial de la Salud publicó su clasificación de países en términos de situación sanitaria general, y EE.UU. ocupaba el lugar 37 de la lista, aunque gasta más dinero por persona en cuidados de salud que cualquier otro país del mundo. Uno de cada cinco niños de este país, el más rico del mundo, nace en la pobreza. Hay más de cuarenta países que tienen una mortalidad infantil más reducida, entre ellos Cuba. Y hay otro signo evidente de enfermedad social: tenemos la mayor población reclusa del mundo, más de dos millones de personas.
Una estimación más honesta de nosotros mismos como pueblo podría prepararnos para la próxima batería de mentiras que acompañará a la próxima propuesta de imponer nuestro poderío en algún otro lugar del mundo. También podría inspirarnos la elaboración de una historia diferente de nosotros mismos, arrancar nuestro país de las manos de los mentirosos y asesinos que lo gobiernan, y –mediante el rechazo del nacionalismo arrogante- unirnos al resto de países de la raza humana en la causa común de paz y justicia.

Howard Zinn
The Progressive

Corrupción, pobreza y posibles soluciones

Al recordar la lucha heroica de aquellos ecuatorianos que se esforzaron por forjar para las generaciones futuras un país libre y próspero; los corazones se regocijan, las conciencias se afirman y nos recuerdan que la Patria debe triunfar por sobre la decadencia de principios y valores que vive nuestra sociedad.
Podemos mencionar entre estos insignes compatriotas a los próceres de nuestras gestas libertarias, también a personajes de la talla de Vicente Rocafuerte, Eloy Alfaro y tantos otros que iniciaron en su momento importantes transformaciones en la república; todos ellos aunque muertos ya, dejaron un legado tal, que no se ha apagado la llama de su grandeza.
El Ecuador atraviesa actualmente una crisis gravísima; con 13 millones de ecuatorianos, de ellos una gran parte vive en el extranjero; con el 40% del Presupuesto General del Estado destinado a pagar la deuda externa; con una ínfima inversión en el área social durante muchos años, lo que ha acarreado analfabetismo, desempleo, desatención médica, hambre y un sinfín de males. Con corrupción presente en Carondelet, los Ministerios, el Congreso, las Cortes de Justicia, las Fuerzas Armadas, la Policía, los gobiernos locales, con banqueros y gobernantes que han festinado el dinero del pueblo, la corrupción ha llegado también a la ciudadanía en general; la corrupción ha invadido todos y cada uno de los estamentos de nuestra sociedad.
Frente a este crítico panorama, ¿qué podemos hacer?
Definitivamente, no podemos sentarnos y cruzarnos de brazos esperando que otros arreglen los problemas que nos afectan a todos y que mantienen al Ecuador como un enfermo terminal en terapia intensiva, esperando un milagro divino que lo salve.
Afortunadamente, sí estamos aún en condiciones de cambiar la historia; no con prodigios, sino con el trabajo denodado de quienes queremos días mejores.
Primero, empecemos por combatir la corrupción desde nuestros hogares, centros de estudio y lugares de trabajo. Debemos tomar conciencia de que sólo el trabajo digno y honrado nos permitirá superar la pobreza que genera delincuencia. También debemos valernos de todos los medios constitucionales, legales y legítimos que nos permitan exigir a quienes les entregamos el mandato de la administración del estado, las reivindicaciones económicas y sociales que merecemos, no mendigamos.
El Ecuador es un país inmensamente rico, con variedad de climas, tierras fértiles, petróleo, banano, cacao, café, camarón, madera, flores y una variedad envidiable y diversa de productos aptos para la exportación. La riqueza está ahí, por tanto detengamos su saqueo y despilfarro.
No sigamos contemplando a nuestro país con tristeza, sino que estudiemos, trabajemos y luchemos con ahínco por cambiarlo y ponerlo al servicio de todos sus habitantes, a fin de que el Ecuador sea la casa común, donde podamos vivir con justicia, en igualdad y en paz.
Por último, si la riqueza de esta tierra es como el oro, no matemos a la gallina de los huevos de oro, a fin de que vivamos en paz con nuestras conciencias, y nuestros hijos no nos reprochen nuestra desidia. Porque si la corrupción y la inseguridad son un flagelo; la destrucción de nuestro país es un crimen contra las generaciones futuras.
Hoy, hoy o nunca. Es hora de parar ya.

514 AÑOS DE RESISTENCIA INDIGENA

Nuestros aborígenes, desde que Cristóbal Colón “descubriera” América en 1492, se han resistido a dejar que los españoles y nosotros sus descendientes, cambiemos sus costumbres, y con justa razón, pues ellos son los verdaderos dueños de esta tierra.
Su amor por la vida y por su milenaria historia les ha dado valor para luchar por sus derechos, han intensificado sus reclamos y se han preparado para reivindicarse. A pesar del tiempo transcurrido, han logrado que sus costumbres, su lengua nativa y su raza pura perduren.
Primero los conquistadores españoles, sus representantes y luego los gobernantes de la república sólo se han dedicado a obligarlos e inducirlos a que aprendan nuestra lengua, pero ¿por qué no aprendemos nosotros también su idioma?, después de todo, es el idioma que en realidad nos correspondería hablar. Pero en todas las escuelas se enseña por supuesto el español, nuestra “lengua madre”, luego por la globalización, es obvio que le siguen el inglés, francés, alemán, italiano, mandarín, portugués y cualesquiera lengua que cumpla el propósito de comunicarnos con el resto del mundo; pero ni pensar en enseñar quechua, no vaya a ser que aprendamos a comunicarnos entre los ecuatorianos dentro de nuestro propio país.
Los españoles trajeron sus ideas de superioridad de la raza blanca, y sólo porque estaban más adelantados que nuestros nativos en ciertos avances de “civilización”, sólo porque según ellos, Dios les había encomendado el sagrado y privilegiado deber de evangelizar a los salvajes, sin derecho real alguno, les arrebataron sus territorios, los obligaron a trabajar cual animales de carga, día y noche, duramente y sin descansar para servir a sus amos.
Ya dice el refrán: “No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”; sin embargo en este caso, pasaron cien años y más, hasta que los “indios”, mal nombrados así, empezaran a comprender el estado de miseria en el que estaban sumidos. El gobierno y la sociedad civil, poco a poco, están aprendiendo a valorarlos y respetarlos, ya no pueden estar confiados en que los “indiecitos” no harán ningún tipo de reclamos por los abusos de que son objeto.
Es cierto que los españoles nos enseñaron mucho y que trajeron numerosos frutos y animales que en nuestro continente no existían, pero abramos los ojos y entendamos nuestra historia, porque nosotros también les dimos mucho, con nuestro trabajo, nuestras pertenencias y nuestras riquezas. Ellos llegaron a cambiarlo todo, de repente y tan drásticamente, nos arrebataron nuestras creencias, nuestras costumbres, se llevaron el oro, alteraron nuestras paz y mezclaron nuestra raza.
Los españoles celebran la conmemoración cada 12 de octubre, del descubrimiento de América, como ellos lo denominan; pero nuestros aborígenes recuerdan en esa fecha los años que han mantenido su Resistencia Indígena, pues este continente ya estaba poblado cuando llegaron los ibéricos, por tanto NO se trata de un descubrimiento. Los conquistadores lo que hicieron fue unir lazos entre dos continentes que no se conocían entre sí; el primero, Europa, que se encontraba en pleno apogeo de la civilización, y el segundo, América, que iba progresando lentamente.
Por lo tanto, fue tan sólo el encuentro entre dos culturas, no un descubrimiento.
Conozcamos nuestra historia, entendámosla, porque es la única forma en que aprenderemos a respetarnos.
Debemos apoyar a nuestros nativos en la defensa de sus derechos, aquellos derechos que les legaron sus antepasados y que durante siglos les han sido negados. Tenemos el deber de gritarle al mundo que nosotros no somos ni hemos sido nunca inferiores a los españoles y en general a los europeos, pues bajo el color de la piel, tenemos la misma estructura física.
Es nuestra obligación preservar lo poco que nos queda de nuestro pasado, porque si permitimos su destrucción o desaparición, en el futuro nuestros hijos no podrán conocer su verdadero origen ni cómo los conquistadores cambiaron nuestras vidas. Y lo principal, porque sólo así, conociendo el atropello a nuestra cultura ancestral, no permitiremos que se repita con nosotros, ya que en la actualidad, algunos países pretenden atribuirse el rol de salvadores del mundo, como en su momento lo hicieron Roma y también nuestros conquistadores.
Muchos no recuerdan las estrofas de nuestro himno nacional que escribiera el ambateño Juan León Mera, creo que es pertinente leerlo.

¡Salve, oh Patria, mil veces! Oh Patria
¡gloria a ti! Ya tu pecho rebosa
gozo y paz, y tu frente radiosa
más que el sol contemplamos lucir.

Indignados tus hijos del yugo
que te impuso la ibérica audacia
de la injusta y horrenda desgracia
que pesaba fatal sobre ti.
Santa voz a los cielos alzaron,
voz de noble y sin par juramento
de vengarte del monstruo sangriento,
de romper ese yugo servil.

Los primeros los hijos del suelo
que, soberbio el Pichincha decora
te aclamaron por siempre señora
y vertieron su sangre por ti.
Dios miró y aceptó el holocausto;
y esa sangre fue germen fecundo
de otros héroes que, atónito el mundo
vio en tu torno a millares surgir.

De esos héroes al brazo de hierro
nada tuvo invencible la tierra,
y del valle a la altísima sierra
se escuchaba el fragor de la lid;
tras la lid la victoria volaba,
libertad tras el triunfo venía
y al león, destrozado se oía
de impotencia y despecho rugir.

Cedió al fin la fiereza español,
y hoy, oh Patria, tu libre existencia
es la noble y magnífica herencia
que nos dio el heroísmo feliz;
de las manos paternas la hubimos;
nadie intente arrancárnosla ahora,
ni nuestra ira excitar vengadora
quiera, necio y audaz contra sí.

Nadie, oh Patria, lo intente. Las sombras
de tus héroes gloriosos nos miran,
y el valor y el orgullo que inspiran
son augurios de triunfo por ti.
Venga el hierro y el plomo fulmíneo,
que a la idea de guerra y venganza
se despierte la heroica pujanza
que hizo al fiero español sucumbir.

Y si nuevas cadenas prepara
la injusticia de bárbara suerte,
¡gran Pichincha! prevén tú la muerte
de la Patria y sus hijos al fin:
hunde al punto en tus hondas entrañas
cuanto existe en tu tierra: el tirano
huelle sólo cenizas y en vano
busque rastro de ser junto a ti.

Algunos días

Hay días en que me siento triste y sola. Es raro experimentar eso, porque en realidad muchas personas están a mi alrededor, no obstante me sucede.
Es una paradoja que siendo tan parlanchina, me cueste exteriorizar mis sentimientos de tristeza, soledad y demás afines.
La mayoría de ustedes saben que no es una de mis características ser reservada, es más, un sinnúmero de ocasiones mi peculiar forma de ser, franca y directa, me ha ganado resentimientos e incluso enojos, pero cuando se trata de revelar mi verdadero estado de ánimo en ocasiones no lo logro, es más fácil para mí y más agradable hacia mis amigos, sonreír, ser amable y divertida, porque prefiero demostrar esa faceta antes que echarme a llorar.
Cuando termina una jornada, se me antoja encontrar alguien en cuyos brazos arrojarme para sentirme acompañada y sobre todo protegida.
El hombre es un animal gregario, es una enseñanza filosófica muy antigua, y es uno de los temas que me corresponde explicar en mis clases de la universidad; siempre lo hacía pero es sólo ahora que entiendo su verdadero sentido. Somos indigentes, no por no tener recursos económicos, sino porque necesitamos de los otros para desarrollarnos a plenitud y ser felices; ya lo decía Aristóteles, el hombre que no necesite de otros para sobrevivir, o es un Dios o es una bestia, yo no soy ni uno ni lo otro, por tanto debo reconocer que no puedo sola.
Tengo un defecto que me veo forzada a revelar, sencillamente por honestidad; a veces soy arrogante, porque pretendo ser autosuficiente y no requerir de nadie para crecer, pero sé que no es verdad, soy sentimental en demasía.
Pero algo me inquieta, y es pensar que soy muy débil por necesitar demostraciones de afecto, quizá sea porque en mi familia nunca se han caracterizado por ser “abrazadores” (sé que no existe la palabra así que no me la corrijan, es una falta de ortografía a propósito porque el término se presta a lo que deseo expresar); en fin el hecho es que he notado que vuelco en mis sobrinas todo el cariño que reprimo con el resto de personas; me es difícil ser afectuosa y tierna en la misma medida de lo que siento, a veces estoy con quienes quiero y en mí nacen unas ganas casi irresistibles de abrazarlos y decirles: te quiero mucho; pero debo reconocer que me atemoriza sentirme rechazada o juzgada, que me detiene que puedan pensar que estoy algo chiflada por hacer eso sin aparente motivo alguno, sino sólo porque quiero hacerlo; se me hace un nudo en la garganta y hasta el corazón se me oprime cuando callo y evito ser espontánea.
No pretendo ser tediosa, simplemente era menester hablar de mis emociones, y cuando mi lengua me traiciona al no querer emitir palabras, entonces recurro a este ejercicio de escribir que es el último refugio de mi sinceridad. Porque escribiendo no me puedo ocultar; en mis palabras se traslucen mis sentimientos y pensamientos más íntimos, es un compromiso ineludible apuntar mi verdad, una obligación que me reporta serenidad.
Anhelo que no comprendan esta “confesión” como un grito desesperado pidiendo amor, ya que nada más lejos estaría de mi intención.
Únicamente deseo que la próxima ocasión si me tienen sin motivo evidente dándoles un abrazo, un beso o escuchan salir de mi boca una expresión tal como “te quiero”, recuerden estas honestas líneas.
Y no se espanten que no es demencia, es exclusivamente amor.

Amor y amistad.

Creo que mientras somos niños o en los primeros años de adolescencia, todos soñábamos en que algún día llegaría a nuestra vida el príncipe o la princesa de cuentos de hadas que nos relataron alguna vez.
A medida que el tiempo pasa, crecemos, y entendemos que no existen hombres o mujeres ideales o idealizados, sino solamente personas reales, seres que conocemos de toda la vida, o aquellas personas que tocan de forma especial nuestra existencia en momentos inesperados.
En cuanto a mí respecta, no creo en la media naranja, en aquella supuesta mitad ideal o complemento perfecto que teóricamente está en algún lugar del mundo; creo sí, en la magia del amor, en que cuando se encuentra a una persona con la que nos identificamos, con quien nos entendemos, lo demás es cuestión de ir construyendo el amor todos los días, esa es la que creo verdadera magia del amor.
Creo también que el amor no dura para siempre por sí solo, que el amor debe ser alimentado, que es como aquel fuego que intenta mantenerse prendido y que necesita avivarse con aire; si no se aporta con algo de esfuerzo e interés, más temprano que tarde se extinguirá.
Creo sí, que el amor podemos hacerlo durar para toda la vida, probablemente debamos sacrificar ciertas cosas, ¿pero acaso no es preferible un sacrificio a cambio de mantener vivo el amor? Pienso que sí.
Amigos, algunos de ustedes han encontrado personas que los acompañan por la ruta de vida que recorren; otros han perdido esos compañeros; y otros, como yo, aún no llenan ese espacio, de éstos, unos los buscan por todos lados y otros, simplemente nos limitamos a esperar.
Muchas veces he pensado en todo eso, a veces lo que me atemoriza un poco es no darme cuenta cuando conozca a alguien valioso, quizás por mi empecinamiento en estar siempre a la defensiva en mis relaciones personales, en fin, la verdad es que espero reconocer el amor cuando llegue a mi vida.
Cuando una relación se termina, es frecuente tratar de entender el porqué; buscamos culpables o responsables; analizamos lo que hicimos, lo que dijimos o precisamente aquello que nos faltó hacer o decir. Pero cuando esa fase se supera y nos encontramos con que esa persona que antes fue una pareja se convirtió en un amigo, entendemos que el tiempo no fue desperdiciado, que el dolor se alivia y las heridas pueden sanarse; que es más importante lo que gracias a esa persona especial aprendimos para nuestras vidas.
No siempre sabemos conservar lo bueno que tenemos, no siempre apreciamos lo que se nos da, a veces la vida nos lleva por caminos distintos de los inicialmente imaginados o deseados; pero a pesar de todo eso, cuando alguien nos dio tantas cosas buenas de sí, siempre estará presente en nuestros recuerdos y principalmente, en nuestros corazones.
Quién sabe amigos, si alguno o algunos de ustedes se identificaron con lo que escribí, si es o no así, aprovechen la ocasión para decirles a quienes no se lo han dicho, que los quieren, que en su vida ocupan un lugar especial, por el bien que les han hecho.
Si la persona que escogemos y que nos escoge como compañeros de vida, nos hace ser mejores personas, habremos acertado en el camino de la felicidad.
Siempre he pensado y lo sigo pensando, que San Valentín es una creación comercial, que no hay por qué esperar que llegue una fecha específica en el año para decir “te amo”, o “te quiero”, o “gracias por tu amistad”, o mil y un fórmulas parecidas para expresar lo que se siente; si los 364 o 365 restantes días no lo demostramos. Sin embargo, sí podemos aprovechar la fecha para tener ciertos detalles con las personas importantes para nosotros. A eso se debe que les haya escrito.
Si estas líneas les llegan, significa que de alguna forma u otra, cada persona que la está leyendo, ha cambiado mi vida, enseñándome algo, haciéndome mejor persona, mostrándome mis errores, apoyándome, alentándome, queriéndome, en fin.
Gracias por ser mi amigo/a, gracias por formar parte de mi vida y permitirme ser parte de la tuya. Si encontraste ya a ese alguien especial, consérvalo a tu lado y hazle saber cuánto significa para ti. Si no lo has encontrado, paciencia, porque algún día estará junto a ti esa persona única y especial.
El día del Amor y la Amistad no es solamente el 14 de febrero… Todos los días son buenos para decir: “te amo”.